lunes, 14 de julio de 2008

Trueba de fuego


Querer resumir la vida de los Belitre en un cuadro pintado es todo un reto. Pero voy a intentar conseguirlo, cojo carrerilla y ahí voy.

Es una tarde de verano en el jardín de la casa donada a los Belitre, tarde enganchosa y rural. Félix Belitre se dispone a servir la paella donada a su vez por Paula-su-esposa, la única trabajadora a tiempo completo y eterno en esa casa, donante de vida, dómina de casa, sacrificadora familiar.
Sus seis hijos atormentan el rectángulo de la mesa de madera cada cual con su forma de estar en el mundo. Matías, con el síndrome de Latimer también en la expresión de sus ojos, vela por orquestar esa desinfonía que el padre al que emula nunca sabrá llevar. Pero un bastonazo estruendo y doliente del abuelo Abelardo exalta toda la atmósfera previa a la inminente primera degustación de paella, y causa un silencio absoluto de dos segundos antes de pronunciar:
- El Altísimo creó en el sexto día la paella y en el séptimo se reunió para probarla, pero nunca creo a mamarrachos que no saben bendecir la mesa! Cerró los ojos- Queda bendecida ya, joder!
Felisín sonreía apurado a su novia Nicole intentando que sus ojos como platos mirasen al plato real de comida y que le acercaran el tenedor, mientras se alejaban los segundos tras la enésima vehemencia del abuelo.
El pequeño Lucas era el único de la familia inmune a cualquier exceso de seriedad, y desafiaba a Nacho tirándole granos de arroz con la cuchara de catapulta, mientras se ponía dos patas de cigala colgando de las fosas nasales. Nacho aplacaba los granitos con felicidad recordando el éxtasis de la noche anterior con aquellas dos mulatas en celo. Basilio miraba la agresión arrocera sin puerta de iglesia, adivinando a la perfección la enésima aventura nocturna de Nacho, mientras sentía cada granito arrojado como un eco de su cara picoteada por el acné histérico.
El adolescente Gaspar saboreaba el arroz caldoso evocando a Violeta, la musa y protagonista de sus novelas recreando el momento en que la volvería a ver tras el verano.
Y Félix, Mamá y el abuelo Abelardo eran los portavoces de esa paella, el ruido y palabras que giraban en torno a si había sido conveniente hacer estallar la ensalada con el bastón del abuelo o si Dios también detestaba todo lo verde aderezado con aceites sospechosamente procedentes del infierno...

Y ya. Ha sido un primero intento de novelar la novela, una pirueta que quizás cayó de pie. Prometo un futuro encuentro inter-novelesco entre el abuelo Abelardo y algún personaje de Cuatro amigos o Saber Perder.
Bona nit

1 comentario:

Mono dijo...

Soy un mono y pertenezco a una tribu de Monos